martes, 22 de julio de 2008

El llamado poéticamente "virus de la tristeza" afecta gravemente a los cítricos

Viene de los años 30, cuando expertos en la observación y en emplear metáforas, asociaron al anormal declinar de estos árboles unas coincidencias, más que razonables, con ciertos rasgos visibles en la tristeza humana.

Si te fijas con atención aún puedes distinguir las palabras borradas de la carta de postres de ese restaurante-fonda que ha decido excluir el zumo de naranja natural de su menú diario. En todo caso, tal como asegura el dueño, es una medida preventiva al establecer como "causa justificada, no probada, aunque suficientemente coherente" la relación entre las crecidas del río, que amenazan con inundar la zona, y el extraño comportamiento derivado del consumo de las naranjas recolectadas en los margenes de la localidad.

Las autoridades, a quienes se acusa de una muy limitada capacidad en tratamientos de choque frutal, temen que este fenómeno se convierta en epidemia y catástrofe natural al mismo tiempo. De la oposición surgen gritos de dimisión al descubrir un presunto delito de encubrimiento de sabor: el análisis de varias muestras de granizados de limón certifica un suplemento de azúcar para camuflar el gusto lacrimal segregado por el cítrico en cuestión...

"A veces el llanto hace más beneficio que la risa" comenta visiblemente afectado un lugareño que se derrumba junto al rebautizado y muy transitado puente de los muy deseperados.

En la zona aumentan los partidarios de tomar medidas más drásticas: el exterminio sistemático de las últimas naranjas de temporada. Uno de los mayores detractores de esta solución final es el médico. Su consulta, no apta para claustrofóbicos ni maniáticos de los tonos verdes militares, es un álbum de cromos con infinitas muestras de desespero, además, todos lo saben en el pueblo, es el único que de joven leyó la Tristeza del Cronopio de Cortázar:

A la salida del Luna Park un cronopio advierte que su reloj atrasa, que su reloj atrasa, que su reloj. Tristeza del cronopio frente a una multitud de famas que remonta Corrientes a las once y veinte y él, objeto verde y húmedo, marcha a las once y cuarto. Meditación del cronopio: "Es tarde, pero menos tarde para mi que para los famas, para los famas es cinco minutos más tarde, llegarán a sus casas más tarde, se acostarán más tarde. Yo tengo un reloj con menos vida, con menos casa y menos acostarme, yo soy un cronopio desdichado
y húmedo". Mientras toma café en el Richmond de Florida, moja el cronopio una tostada con sus lágrimas naturales.

miércoles, 2 de julio de 2008

Sobre la mesa descubrí un libro precioso y japonés










¿Puede una librería ser el lugar del mundo preferido de una persona? Después de toparme con este interesantísimo artículo del blog literario de The Guardian How an independent bookshop can survive, me atrevo a rescatar del baúl digital de los "guardar como", el escrito de alquien que un día afirmó públicamente amar una librería. Una muy concreta: La Central de calle Mallorca (Barcelona).


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Sobre la mesa descubrí un libro precioso y japonés. Una protagonista recuerda una escena de colegio. Las compañeras de clase se pasan un papel ¿qué prefieres amar o ser amada? y en el recuento final solo una de ellas había marcado amar. Identificada la disidente todas se burlaron de ella, excepto la protagonista ya madura y desengañada, quien finalmente se rinde a la evidencia "seguro que, de entre nosotras, ha sido la única feliz".

Me preguntaron ¿de todos los lugares del mundo que conoces cuál es tu favorito: “el que más te gusta”. Afortunadamente pude cambiar la respuesta por una capa de velcro-atrapa-libros y así lanzarme directamente sobre la imponente mesa recibidor de la Librería La Central de calle Mallorca y salir corriendo con todo lo absorbido por mi –hay que reconocerlo- estrafalaria vestimenta.

No se me ocurre nada mejor. Libros y leer o libros e inventar. Imaginar, también, desde el clásico dilema del ¿qué salvarías en un incendio (a) el único ejemplar existente de El Quijote o (b) una ardilla? Y el que dice ardilla se equivoca aunque solo una persona diga el libro (que es amar) y los demás se burlen hasta comprender que: somos seres biológicos, pero también racionales y emocionales. Y sin arte no somos más distintos a cualquier otro animal. Sin arte no somos capaces de comprender quiénes somos, qué somos, por qué somos…

Sin arte dejamos de existir.
Sin libros dejamos de vivir.

Y ahora debo confesar que he mentido un poco al insinuar que mi lugar favorito de todo el mundo, el que más me gusta, es la mesa de La Central. Porque diciendo que me gusta miento. No me gusta, lo amo y amándolo (¿recuerdas el principio?) soy feliz.

Es sencillo. Abres la puerta de cristal y te asalta una emoción parecida al escalofrío que recorre tu espalda y el olor a madera que cruje mientas desciendes uno, dos, tres, más o menos diez escalones y frente a ti, en pilas ordenadas, una vida entera dice "¡presente!" y a continuación el universo también.