miércoles, 2 de julio de 2008

Sobre la mesa descubrí un libro precioso y japonés










¿Puede una librería ser el lugar del mundo preferido de una persona? Después de toparme con este interesantísimo artículo del blog literario de The Guardian How an independent bookshop can survive, me atrevo a rescatar del baúl digital de los "guardar como", el escrito de alquien que un día afirmó públicamente amar una librería. Una muy concreta: La Central de calle Mallorca (Barcelona).


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Sobre la mesa descubrí un libro precioso y japonés. Una protagonista recuerda una escena de colegio. Las compañeras de clase se pasan un papel ¿qué prefieres amar o ser amada? y en el recuento final solo una de ellas había marcado amar. Identificada la disidente todas se burlaron de ella, excepto la protagonista ya madura y desengañada, quien finalmente se rinde a la evidencia "seguro que, de entre nosotras, ha sido la única feliz".

Me preguntaron ¿de todos los lugares del mundo que conoces cuál es tu favorito: “el que más te gusta”. Afortunadamente pude cambiar la respuesta por una capa de velcro-atrapa-libros y así lanzarme directamente sobre la imponente mesa recibidor de la Librería La Central de calle Mallorca y salir corriendo con todo lo absorbido por mi –hay que reconocerlo- estrafalaria vestimenta.

No se me ocurre nada mejor. Libros y leer o libros e inventar. Imaginar, también, desde el clásico dilema del ¿qué salvarías en un incendio (a) el único ejemplar existente de El Quijote o (b) una ardilla? Y el que dice ardilla se equivoca aunque solo una persona diga el libro (que es amar) y los demás se burlen hasta comprender que: somos seres biológicos, pero también racionales y emocionales. Y sin arte no somos más distintos a cualquier otro animal. Sin arte no somos capaces de comprender quiénes somos, qué somos, por qué somos…

Sin arte dejamos de existir.
Sin libros dejamos de vivir.

Y ahora debo confesar que he mentido un poco al insinuar que mi lugar favorito de todo el mundo, el que más me gusta, es la mesa de La Central. Porque diciendo que me gusta miento. No me gusta, lo amo y amándolo (¿recuerdas el principio?) soy feliz.

Es sencillo. Abres la puerta de cristal y te asalta una emoción parecida al escalofrío que recorre tu espalda y el olor a madera que cruje mientas desciendes uno, dos, tres, más o menos diez escalones y frente a ti, en pilas ordenadas, una vida entera dice "¡presente!" y a continuación el universo también.

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